agosto 16, 2006

Velorios y Funerales: ¿Qué hacemos con los viejos?

Mi novio se extraña de cuántas veces en el año mi familia (en realidad sólo mis padres) asisten a un velorio o a un funeral. Creo que este dato siempre ha sido perturbador para él, dato que para mí no tiene mayor trascendencia.
Parece que por acá todos son viejos y todos se están muriendo, porque muy pocas veces son jóvenes los que se mueren: la mamá de un amigo, el hermano de tu tío, la abuela del barrio…mi abuela, hace dos años, quien se dio el lujo (durante sus últimos años no tanto) de morirse a los 87 años.
Ese dato sí que me aterra. Que en mi genes perviva la longevidad me espanta más que cuántos se mueren al año, claro que por un poco de vanidad y también por temor a ni siquiera poder moverme por mí misma (vanidad eufemística). Hace unos años, 50 me parecía una edad perfecta, suficiente…hoy espero unos cuantos más.
Pero es así: son varios los velorios que se celebran en mi barrio familiar cada año, donde los de edad media despiden a sus padres, tíos, vecinos, conocidos e inclusive hermanos. Y son una especie de ritual: un ratito lo velamos, en la mañana lo despedimos.
Pero, la muerte de los viejos dura poco en la memoria de los jóvenes (siempre que no sea tu abuela, por ejemplo); por el contrario, la muerte de unos niños en un incendio hace unos diez años es más recordada que la del viejito del almacén, el año pasado.
Ahora que mi mamá vuelve de un velorio me pregunto: ¿Qué hacemos con los viejos? No con esos que se pasean en cuanta conferencia literaria o evento social hay, sino con esos que no fueron famosos, que no pudieron alcanzar los 80 como el Tito Noguera y que caminan desorientados por Matucana para recibir su insuficiente montepío.
Se nos olvidan los viejos (por temor, por vanidad) y dejamos que se mueran para verlos apenas cuando sólo las velas iluminan sus blanquecinos rostros.
Luego los olvidamos, para recordarlos únicamente cuando hacemos la lista de cuántos velorios o funerales se llevaron, este año, a nuestros viejos.

Ritos

Cada vez que regreso
a mi país
después de un viaje largo
lo primero que hago
es preguntar por los que se murieron:
todo hombre es un héroe
por el sencillo hecho de morir
y los héroes nuestros maestros.

Y en segundo lugar
por los heridos.

Sólo después
no antes de cumplir
este pequeño rito funerario
me considero con derecho a la vida:
cierro los ojos para ver mejor
y canto con rencor
una canción de comienzos de siglo.

(Nicanor Parra)

agosto 11, 2006

No me equivoqué de micro...

Vivo en Quinta Normal.
El camino a mi casa generalmente es muy largo: 'larga hora' de mirar caras, de mirar calles, de caminar a veces, y de soportar el calor/hedor de alguna de las micros que llegan (con suerte) cerca de mi casa.
El camino suele ser el mismo, incluso los vendedores y choferes se han hecho personas conocidas para mi. Sin embargo, hoy algo afectó mi cotidiano trayecto.
Mi comuna es de viejos, por lo que es comun toparse con casonas ya medio desarmadas, de gastados ladrillos y enormes patios. Casonas con chimenea que aun faltando a las leyes ambientales algunas noches se dan el placer de encenderse. Hoy tristemente, muchas de ellas serán víctimas de los 'grandes y modernos' proyectos viales.
Por otra parte, no es raro toparse con modernos condominios (algunos terminados, otros construyéndose) que asemejan a pequeñas ciudades amuralladas con calles con nombre y todo. Estas pequeñas casonas modernas son habitadas por los niños que crecieron en las viejas casonas y jugaron en sus enormes patios.
Pero más allá de las casonas y más allá de los condominios hay un pedacito de terreno cerca del Mapocho que se oculta de la ciudad.
Hoy el re-conocimiento de mi comuna me extrañó: las fogatas, la ropa colgada en 'la vereda' y los niños jugando en las posas que la insignificante lluvia de anoche dejó en el barro fue una imagen, tras la ventana de la micro, que pocas veces he visto. ¿Me equivoqué de micro? No, esta vez la distracción no había jugado en mi contra, sólo la distracción del tiempo pasado. Sólo había visto los techos desarmados del Campamento Núcleo Montenegro, del que las autoridades se ufanan de que 'es el único que queda en Quinta Normal'.
Pero aún es 'el único'. El único que se mantiene entre el barro y las latas, quedando cada vez más encerrado en un cordón de casonas en altura, pasando al olvido.
Y peor aún: el más incierto lesionado de la tibia modernidad santiaguina.
El trazado de la nueva obra vial no sólo pasa por la memoria de las casonas, sino también por sobre la ropa colgada, las fogatas, el barro y los niños.

agosto 10, 2006

Para los que se duermen...

VEO QUE SE ME ESTÁN QUEDANDO DORMIDOS.

ésa es la idea
yo parto de la base de que el discurso debe ser aburrido
mientras + soporífero mejor
de lo contrario nadie aplaudiría
y el orador será tildado de pícaro
(Nicanor Parra)

No pensé que alguien 'curioso/a' entrara al sitio. La verdad es que recién estoy entendiendo como se usa esto, asi que los comentarios sobre 'mala imaginación' quedan olvidados.
Estoy instruyéndome en 'el manejo de blogs' porque Jameson me dejó muy cansada.

agosto 03, 2006

Ok...y ahora qué?

Imagino que nadie ingresará...asi que por ahora nada.