agosto 11, 2006

No me equivoqué de micro...

Vivo en Quinta Normal.
El camino a mi casa generalmente es muy largo: 'larga hora' de mirar caras, de mirar calles, de caminar a veces, y de soportar el calor/hedor de alguna de las micros que llegan (con suerte) cerca de mi casa.
El camino suele ser el mismo, incluso los vendedores y choferes se han hecho personas conocidas para mi. Sin embargo, hoy algo afectó mi cotidiano trayecto.
Mi comuna es de viejos, por lo que es comun toparse con casonas ya medio desarmadas, de gastados ladrillos y enormes patios. Casonas con chimenea que aun faltando a las leyes ambientales algunas noches se dan el placer de encenderse. Hoy tristemente, muchas de ellas serán víctimas de los 'grandes y modernos' proyectos viales.
Por otra parte, no es raro toparse con modernos condominios (algunos terminados, otros construyéndose) que asemejan a pequeñas ciudades amuralladas con calles con nombre y todo. Estas pequeñas casonas modernas son habitadas por los niños que crecieron en las viejas casonas y jugaron en sus enormes patios.
Pero más allá de las casonas y más allá de los condominios hay un pedacito de terreno cerca del Mapocho que se oculta de la ciudad.
Hoy el re-conocimiento de mi comuna me extrañó: las fogatas, la ropa colgada en 'la vereda' y los niños jugando en las posas que la insignificante lluvia de anoche dejó en el barro fue una imagen, tras la ventana de la micro, que pocas veces he visto. ¿Me equivoqué de micro? No, esta vez la distracción no había jugado en mi contra, sólo la distracción del tiempo pasado. Sólo había visto los techos desarmados del Campamento Núcleo Montenegro, del que las autoridades se ufanan de que 'es el único que queda en Quinta Normal'.
Pero aún es 'el único'. El único que se mantiene entre el barro y las latas, quedando cada vez más encerrado en un cordón de casonas en altura, pasando al olvido.
Y peor aún: el más incierto lesionado de la tibia modernidad santiaguina.
El trazado de la nueva obra vial no sólo pasa por la memoria de las casonas, sino también por sobre la ropa colgada, las fogatas, el barro y los niños.

2 comentarios:

Rei Aurelio dijo...

Leyendo tu post me acordé de una gente, un poco santurrona pero en algún sentido admirable, que se dedicó a recoger la historia de un campamento que iba a ser erradicado a una población de viviendas sociales. Sacaron fotos, atesoraron testimonios, qué se yo, escribieron la historia de ese campamento y la publicaron en un libro.
Memoria e identidad: querían guardar el recuerdo de su toma.
Buenos ojos para ver.

Anónimo dijo...

...

......

Nazaré!!!

Llevo tres minutos y medio tratando de cranear un post decente, pero no puedo.
Mi postura antifotológica no me lo permite (e insisto en incluir en el mismo saco los diarios virtuales, con fotografías, o simples receptores de mensajes, o quizá columnas de opinión, en fin, todo texto virtual que invita a ser completado a través de una forzosa interacción con X persona o cosa).
La ciudad me excita (no vulgaricemos el término), siempre es un placer ver cómo cambia cada día la ciudad. Me fascina cómo la ciudad se va modernizando, qué cosas se están construyendo, las formas de estas nuevas construcciones, el avance diario, incluso el ver cómo la gente trabaja (por inercia, pues dudo que muchos contemplen mientras trabajan el producto de su acción). Definitivamente carezco de la sensibilidad de captar la magia o el placer que tienen las construcciones antiguas: cuando ya se instala en medio algo vanguardista, no hay vuelta que darle, es preciso transformar todo el entorno ya.
Lo antiguo con lo moderno no deben convivir: los sectores deben ser o todos antiguos (bien conservados, por supuesto, pero no intervenidos), o vanguardistas.

Me desvié del tema, y captaré rechazo y críticas por mi escrito

Caracas