Maldita la suerte que he tenido que correr por estas horas de fuerte incertidumbre y fuerte dolor. El miedo se hace grande en esta habitación y aquellos brazos que calmarían el dolor ya no quieren abrazar, ya no quieren calmar. Soy yo la causa de su furia y él la causa del dolor. Siembro goterones de sal y todo nubla la razón, el deber en la cama queda olvidado, la cordura se pierde en el aire y la única fuerza está aquí escribiéndose letra a letra. Pero la maldita amargura y la maldita sangre corren en la pared, la maldición lanzada pesa sobre el corazón, pero pesan también las palabras de odio y de repudio.
¿Cómo es posible que quienes han sido dos sean capaces de odiar de tal forma? ¿Cómo es posible que se quede todo en nada?
Conjuré su suerte en dos palabras de muerte, dos frases odiadas y arrebatadas del espíritu violento que habita en mí. No soy en este instante un cuerpo apaciguado, soy ira y rabia, y tristeza la consecuencia de mi rabia. No eres mi amante en este instante, eres mi juez sentenciador a muerte, mi crucificador, el silencio que tanto odio, eres el sepultador.
Soy todo tu mal, quizás. ¿Acabar con el mal?
Como dejar que esta maldita hora rompa las cientos de horas que viven y valen, como dejar que las cartas ardan en la hoguera del olvido.
Mas cuesta creer, aunque lo deseo, mas cuesta el no dolor, aunque lo deseo, y cuesta no oírte, aunque lo deseo.