Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos. (Borges)
Anoche me quedé hasta muy tarde conversando con una amiga a la que no veo hace poco más de un mes. La verdad, es que la aparición de esta persona en mi vida fue totalmente casual (bueno, como casi todos los encuentros) pero especial porque descubrí a una mujer muy grande, fuerte y sensible, con una expresividad desbordante que muchas veces desconcierta. Pero así es ella y me gusta como es.
Aunque aún no somos confidentes de alma, poco a poco vamos develando cosas de nuestras vidas que nos van poniendo cada vez más la una al lado de la otra. Y eso ha sido bueno porque luego de sentir que los caminos entre dos personas se van separando dado que las niñas son hoy dos mujeres diferentes, descubrir que siempre habrá más gente a tu alrededor es algo que deja el corazón en paz.
Y no duelen tanto las despedidas.
La conversación de anoche terminó con una confesión de mi parte, la que provino de una copucha de hace cuatro años, cuando aun no conocía (personalmente) a esta nueva amiga, sino que era una más dentro del patio de la Facultad. Luego, de enterarme de toda la copucha (y confieso que no había mas intención que resolver mis dudas) mi amiga me dijo, un tanto extrañada -qué añejo, la verdad es que en ese momento fue algo doloroso y traté de olvidarlo.
Sí, en realidad era extraño porque la historia no me tocaba directamente sino que la había conocido por medio de otra persona. Pero no lo había olvidado. En ese momento me di cuenta de que hay muchas cosas que no puedo olvidar, que simplemente están ahí como si hubiesen ocurrido hace muy poco tiempo, que guardo el recuerdo con todo lo que implica: no sólo el hecho, sino también lo que sentí.
Y se lo dije: -es que soy un poco como Funes, aunque guardando las proporciones- porque sus “… recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños”. Es decir, yo recuerdo mucho y con muchas propiedades los instantes, pero nunca tanto como el famoso personaje de Borges.
Recordar tan intensamente es una buena cualidad, porque siempre podremos regresar a las cosas que nos hicieron reir, que nos dieron alegría o a momentos, y valga la redudancia, inolvidables. Sin embargo, muchas veces es bien poco saludable, porque como recuerdo con sentidos y todo, si algún recuerdo es doloroso, me sigue doliendo como se repite una imagen en el espejo…hasta el infinito. Como un deja vu.
Mi amiga se espantó y me hizo una pregunta que parecía no tener relación con el asunto de la memoria –¿tú ordenas tu closet?- me dijo. Claro que sí, bastante seguido saco la ropa que no me gusta, lo que ya no uso. Bueno, para ella olvidar era tan necesario como sacar la ropa vieja y me propuso desprenderme de los malos recuerdos. Que era casi una obligación pro salud mental.
Pero yo le dije que yo no olvidaba, que los recuerdos estaban ahí casi materialmente si es que puede decirse eso y que nunca me cuestioné el hecho de que recuerde tantas cosas. Por ejemplo, hace un par de años reviví un momento de antes de los cinco años cuando mi país estaba en dictadura. Para mí, la dictadura nunca fue una realidad vivida, sino aprendida de mis padres hasta el momento en que reviví sensitivamente y a través de mi memoria que también crecí en dictadura. Recordé a unos militares apegados a los muros exteriores de mi casa con sus armas en las manos. Primero dudé de la veracidad, pero mi padre me confirmó la existencia del hecho y como lo viví yo a esa incierta edad. Ninguna sensación había cambiado diecinueve o veinte años después.
Recuerdo, siento, revivo mis recuerdos, me río con ellos, lloro con ellos, están forjados en mi sangre y en mi tinta y nutren mis palabras. Mi nuevo proyecto literario consiste en una reescritura de mis recuerdos, de cómo viví y sentí, y además crear, a partir de los míos, otros recuerdos.
O sea, todo en mi se basa en la memoria, me acuerdo de tantas cosas, sin poder determinar cuál es el patrón que me hace recordar una u otra experiencia, ya sea buena o mala o neutra. Yo recuerdo.
Según mi amiga no es para nada sano recordar tanto y, además, sentir los recuerdos. Porque para peor se recuerdan las experiencias dolorosas con más intensidad que las alegres. Es que a veces la alegría es menos intensa que el dolor. El dolor es una huella que cuesta borrar. La alegría, por el contrario, es más efímera.
Mi memoria es inferior a aquella que poseía Funes, pero claramente superior a la de mi amiga.
Sin embargo, a veces, yo también quisiera olvidar.
Aunque aún no somos confidentes de alma, poco a poco vamos develando cosas de nuestras vidas que nos van poniendo cada vez más la una al lado de la otra. Y eso ha sido bueno porque luego de sentir que los caminos entre dos personas se van separando dado que las niñas son hoy dos mujeres diferentes, descubrir que siempre habrá más gente a tu alrededor es algo que deja el corazón en paz.
Y no duelen tanto las despedidas.
La conversación de anoche terminó con una confesión de mi parte, la que provino de una copucha de hace cuatro años, cuando aun no conocía (personalmente) a esta nueva amiga, sino que era una más dentro del patio de la Facultad. Luego, de enterarme de toda la copucha (y confieso que no había mas intención que resolver mis dudas) mi amiga me dijo, un tanto extrañada -qué añejo, la verdad es que en ese momento fue algo doloroso y traté de olvidarlo.
Sí, en realidad era extraño porque la historia no me tocaba directamente sino que la había conocido por medio de otra persona. Pero no lo había olvidado. En ese momento me di cuenta de que hay muchas cosas que no puedo olvidar, que simplemente están ahí como si hubiesen ocurrido hace muy poco tiempo, que guardo el recuerdo con todo lo que implica: no sólo el hecho, sino también lo que sentí.
Y se lo dije: -es que soy un poco como Funes, aunque guardando las proporciones- porque sus “… recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños”. Es decir, yo recuerdo mucho y con muchas propiedades los instantes, pero nunca tanto como el famoso personaje de Borges.
Recordar tan intensamente es una buena cualidad, porque siempre podremos regresar a las cosas que nos hicieron reir, que nos dieron alegría o a momentos, y valga la redudancia, inolvidables. Sin embargo, muchas veces es bien poco saludable, porque como recuerdo con sentidos y todo, si algún recuerdo es doloroso, me sigue doliendo como se repite una imagen en el espejo…hasta el infinito. Como un deja vu.
Mi amiga se espantó y me hizo una pregunta que parecía no tener relación con el asunto de la memoria –¿tú ordenas tu closet?- me dijo. Claro que sí, bastante seguido saco la ropa que no me gusta, lo que ya no uso. Bueno, para ella olvidar era tan necesario como sacar la ropa vieja y me propuso desprenderme de los malos recuerdos. Que era casi una obligación pro salud mental.
Pero yo le dije que yo no olvidaba, que los recuerdos estaban ahí casi materialmente si es que puede decirse eso y que nunca me cuestioné el hecho de que recuerde tantas cosas. Por ejemplo, hace un par de años reviví un momento de antes de los cinco años cuando mi país estaba en dictadura. Para mí, la dictadura nunca fue una realidad vivida, sino aprendida de mis padres hasta el momento en que reviví sensitivamente y a través de mi memoria que también crecí en dictadura. Recordé a unos militares apegados a los muros exteriores de mi casa con sus armas en las manos. Primero dudé de la veracidad, pero mi padre me confirmó la existencia del hecho y como lo viví yo a esa incierta edad. Ninguna sensación había cambiado diecinueve o veinte años después.
Recuerdo, siento, revivo mis recuerdos, me río con ellos, lloro con ellos, están forjados en mi sangre y en mi tinta y nutren mis palabras. Mi nuevo proyecto literario consiste en una reescritura de mis recuerdos, de cómo viví y sentí, y además crear, a partir de los míos, otros recuerdos.
O sea, todo en mi se basa en la memoria, me acuerdo de tantas cosas, sin poder determinar cuál es el patrón que me hace recordar una u otra experiencia, ya sea buena o mala o neutra. Yo recuerdo.
Según mi amiga no es para nada sano recordar tanto y, además, sentir los recuerdos. Porque para peor se recuerdan las experiencias dolorosas con más intensidad que las alegres. Es que a veces la alegría es menos intensa que el dolor. El dolor es una huella que cuesta borrar. La alegría, por el contrario, es más efímera.
Mi memoria es inferior a aquella que poseía Funes, pero claramente superior a la de mi amiga.
Sin embargo, a veces, yo también quisiera olvidar.