febrero 25, 2007

Las palabras que no podemos decir


Hay palabras que socialmente están marcadas, es decir, son algunas palabras de nuestro idioma que simplemente no podemos decir porque el tiempo y el uso han ido dejándolas en el baúl de palabras prohibidas.
Por ejemplo, la mayoría de ellas están ligadas a temas tabúes, para las cuales inventamos o usamos distintas palabras que nos permiten decirlas sin acercarnos directamente a ellas. Uno de los mayores tabúes son aquellas palabras ligadas al sexo o a los órganos sexuales.
Decir “duro” o “blando” inmediatamente nos causa una risita cómplice. Ni hablar de palabras como “erecto” la cual no existe casi en nuestro lenguaje cotidiano. Y así muchas palabras como “caliente”, “concha”, “pico”, “pisar”, “hoyo”, etc. (y no puedo seguir diciéndolas…)
Pero esas palabras prohibidas son parte de nuestro humor. El recurso de las palabras marcadas compone gran parte de las rutinas humorísticas o de nuestras bromas del diario vivir.
Una vez llevábamos con mi hermana unas bandejas con hamburguesas. Al salir al patio una de las que llevaba mi hermana estaba resbalando a lo que le dije “dile a la Martina que te lo ataje” (aclaro, la Martina es mi perra). Ante mi sugerencia, mi hermana comenzó a reír descontroladamente, sin entender el porqué de tanta risa le pregunté; según ella yo le había dicho “dile a la Martina que te lo encaje”.
Otra vez me ocurrió mientras compraba cigarrillo; el señor, al preguntarme por el tipo de cajetilla que compraría, inocentemente me dice “quiere dura o blanda”. Para no perder la picardía que nos caracteriza y sin poder contener la risa le dije “obvio que dura”. Claramente, me refería a la cajetilla.
Y esa última frase es el recurso que tenemos en defensa propia cuando decimos una de las palabras marcadas: “me refería a” “estoy hablando de”; siempre para que no seamos malinterpretados o para mantener la seriedad de la conversación. Claro que si nuestro interlocutor es mucho más rápido que nosotros, tendremos un momento de diversión bastante agradable.

Pero existen unas palabras privadamente marcadas. Palabras que uno simplemente no puede decir. Para mi es la palabra “prieta”. Y no la puedo decir porque inmediatamente recuerdo las dos experiencias que en mi vida tuve con dichos “alimentos”.
La primera vez que me encontré con las “p…” fue cuando era muy chica y me invitaron a almorzar a la casa de una amiga. El almuerzo era puré con prietas. Casi me morí cuando vi esas cosas en mi plato: tan negras, moradas…como el color de un machucón en las piernas por jugar, tan feas. Hasta ese momento todavía era una niña educadita y no rechazaría el almuerzo. Pero mi impacto fue mayor cuando enterré el cuchillo en esa cosa y salió el color a costra seca y se esparció por el plato, casi a punto de tocar el puré. En ese momento, toda mi educación se quedó fuera del comedor y, simplemente, no me las pude comer.
El segundo encuentro, fue hace un par de años mientras andaba en una feria. De repente sentí un olor desagradable que provenía de una olla humeante. Me acerqué a mirar qué eran y unas cosas extrañas, de un color café claro, se ofrecían a los transeúntes. Ya su aspecto y olor me produjeron una sensación de asco. Y sin exagerar, y razón por la cual no puedo decir la famosa palabra, sentí unas ganas horribles de vomitar con arcada y todo cuando la señora que vendía ofreció a toda boca sus productos “calentitas las prietas, calentitas las prietas”.

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